Su visita es la número.

16.9.10


Mis pasos pueden querer o pretender atravesar esa niebla que siempre se ciñe a la cintura de mi camino. Puede contonearse y trastocar mi paso. Puede hacerme caer arrodillada ante un suelo sacudido por el eterno terremoto. Puede hacerme tropezar el alma. Puede hacerme creer que ni siquiera he sido yo la que cayó, pero tengo doloridas las manos con las que parapeté el golpe en el pecho, y me resbala aun la sangre en las rodillas, todo eso aun lo siento.
Por más que intento hacerme la inconsciente ante la visión que esa niebla pone ante mí, con más terquedad me prendo de la ceguera. Más ilusamente que el niño que nada sabe e intenta atravesar la hermosa hoguera que bailotea efervescentemente ante él, tan viva, tan hermosa, tan única, tan voraz…y que tanto quema.
Aunque tenga ya el cuerpo dolorido de tanto caer, aunque a veces crea que nada me espera, hay que olvidar las heridas, los rotos, los traspiés y los harapos que a veces puedan llegar a quedar como protección a un corazón ya oxidado y maltrecho.
A pesar de todo, los pies se mueven, lo quieras o no, a veces con voluntad propia, la que le falta a la mano que quiere huir de esa otra, la que no quiere darse y se da, la que no quiere conocer y sabe demasiado. Pueden conocerse los respiros y sus tiempos, los ahogos y los gritos, los susurros y los silencios, lo que se piensa y lo que se siente, lo que no se quiere pensar y sin embargo, a pesar de ignorarlo, dentro palpita…
Y la niebla se puede disipar, o tal vez nunca lo quisiste realmente, cuando empiezas a amarla es cuando te deja y te quisieras otra vez inconsciente, pero la realidad es tozuda, tanto o más que algunas mentiras, ahí está la ceja que se arquea y espeta ¿acaso creíste que no era también tuya? ¿Acaso pensaste que te podias alejar de ti misma sin dejar de ser?

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